¿Dónde están las joyas, Marlowe?

Humphery Warbeck, director de la prisión, un cuarentón de rostro enérgico y cabello muy negro, extendió el brazo, en cuya mano sostenía una cajetilla de emboquillados. —¿Un cigarrillo, Marlowe?— ofreció, con una leve sonrisa, al hombre que tenía ante sí. —Gracias— respondió Bruce Marlowe, aceptando la invitación. Estaba sentado en una silla, al otro lado de la amplia mesa del despacho del director del recinto penitenciario, que ocupaba el sillón de cuero que había tras ella. Bruce Marlowe era un tipo de facciones correctas, cabello oscuro, ojos negros, muy brillantes, alto y fuerte. Tenía treinta y dos años, y un poblado bigote le cubría casi totalmente el labio superior. Se puso el cigarrillo entre los labios y se introdujo la mano en el bolsillo derecho de la chaqueta, donde tenía su encendedor de gas.